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Siemprecubano

No malgasten el milagro de estar vivos

No malgasten el milagro de estar vivos

El senador y ex-presidente uruguayo, amigo entrañable de Cuba,José Pepe Mujica, ofreció un magistral discurso en la Casa de las Américas, en La Habana, de la que ofrecemos algunos fragmentos por su repercusuón y profundo significado humano y ético.

Se han ido amontonando los años, los pensares, los decires, los sufrires. Para mí es un merecido honor estar en este templo de la cultura, de la escultura del escribir, del pintar, del sentir, de transformarla en nostalgia y en sentimiento; en poesía, en sensación que se transmite a lo largo del tiempo, que intercomunica a los seres humanos.

Porque yo soy un paisano que algún día me enamoré y soñé –como muchos que están acá- con cambiar el mundo. Y así me fue. ¡Ah! Pero, alguna cosa aprendimos para transmitirle a las nuevas generaciones: que cometan los errores de su tiempo, no los nuestros. Y hoy estoy entrando en ese tiempo en que cuando los amigos te ven, “pero qué bien estás”; y cuando te dicen así…

Hasta los 22 años era un apasionado de la literatura. Leía hasta la guía telefónica. Todo. Me pasaba seis, ocho horas en una biblioteca. En ese tiempo conocí a dos de los hombres más geniales, dos viejos profesores: Don Paco Espínola, una gloria literaria de Uruguay; y don José Bergamino, el último ministro de la República Española, que recaló en mi país y hacía tertulias de muchachos soñadores con aficiones literarias.

Pero, cuando entré en este negocio de cambiar el mundo, cambió la historia: saltaron los libritos, había que buscar 38 y 45 y etcétera. Y se nos acabó la literatura y se nos amontonaron los años y las penurias. Y tuvimos que estar terriblemente alejados de la cultura. Y no nos trataron muy bien en los años de presidio, tuvimos que estar muchos años sin libros.

No le he dedicado a la cultura el respeto que merece y el tiempo que merece. Estar acá para mí es un honor no merecido, porque esto es un templo que simboliza el esfuerzo más comprometido de la cultura latinoamericana, con la cual tenemos una deuda vieja. Y esto fue algo levantado entre el redoble de un viejo sueño y de una muy vieja bandera que nos dice –en términos sintéticos- hemos logrado fundar en estos últimos doscientos años varios países, pero la nación todavía es una deuda. Está allí esperando, agazapada en la incertidumbre de la historia, y es la otra liberación que no hemos logrado: fundar la nación con nuestras patrias en un mundo que se está aglutinando en gigantescas unidades. Y en ese mundo, los latinoamericanos tendremos que negociar y ser. Y en ese mundo precedía que no hay piedad para los débiles. Para dejar de ser débiles, los débiles se tienen que juntar para ser fuertes; y esto es elemental.

Esta es la deuda que tenemos con Martí, con Bolívar, con nuestra historia. Pero antes era por un sueño, por una defensa, una actitud de defensa ante el Imperio. Soy de los que interpreta que la lucha por una integración de América Latina es por el espanto. ¿Por qué? Las batallas de nuestra humanidad, ser o no ser, ahora penden de lo que está en peligro: la propia existencia de la especie en este planeta. Ya ni siquiera el problema más grave es el Imperio o los Imperios. El problema es que hemos creado una civilización que nos gobierna, nos lleva y no tiene dirección –o mejor dicho- la dirección es la acumulación, la riqueza, el consumo, el mercado. Y nosotros pertenecemos a la especie humana: unos monos raros que tienen sensibilidad, sentimientos, frustraciones; que quieren, odian y tienen una sed infinita de felicidad porque no pueden comprar vida en el supermercado. La vida se va y ya no creemos -no podemos creer en estas sociedades laicas- que este mundo es un valle de lágrimas para ir al paraíso. No podemos creer semejante historia. Sabemos que el infierno y el paraíso están acá. Y nuestra vida se nos va y tenemos sed de felicidad, y no queremos confundir –por lo menos muchos- felicidad con comprar cosas nuevas todos los días.

El sentimiento de felicidad está unido a cosas entrañables, antiguas, eternas: tiempo para los hijos, para la familia, para un puñado de amigos. Tiempo libre que no se vende, que no se compra. Sabemos perfectamente, por obligación, que en este mundo hay que trabajar para acompañar y hacer frente a las necesidades materiales; pero la vida no es solo trabajar. La vida es la lucha por la libertad, y libertad es tener tiempo libre para dedicarlo a las cosas que nos conmueven.

No podemos aceptar el gobierno de necesidades imbuidas de capitalismo, de sed de ganancia, de mercado, de competencia; donde la vida se transforma en una escalera que hay que subir competitivamente; escalones humanos, pasarles por arriba, pisotearlos. Y esa es la idea de triunfar. Y saber que todavía hay viejos de ochenta, noventa años con un montón de plata y que siguen acumulando más plata y hay que bancarlos y no se les puede cobrar impuestos.

 

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